miércoles, 4 de abril de 2012

El cambio de horario de verano afecta al reloj interno de cada persona.

Los relojes internos deben ajustarse a las modificaciones del ambiente, y eso es lo que pasa con el horario de verano

Por Aline Juárez Nieto
Sábado, 31 de marzo de 2012 a las 13:16

(CNNMéxico) — "Con este horario (de verano, que entra en vigor este domingo 1 de abril) la noche llega más rápido, no me gusta; siento que el día es más corto y no rinde nada", dice Marco Rivas, taxista de 45 años, y agrega: "Ver que anochece más temprano me provoca pereza y harto cansancio".

Carla Lazcano, estudiante y atleta de 22 años, asegura que los rayos del sol le hacen sentir que su día es más fructífero. "A diario comienzo mi entrenamiento a las 4:30 de la mañana y a esa hora, en invierno, no hay luz, por ello me da la impresión de que aún es de noche… resulta deprimente. Sin embargo, con el cambio de horario, desde temprano está clarito y parece que la jornada es mucha más larga".

En realidad, los días siguen teniendo 24 horas, pero hay un reloj que nos hace creer lo contrario; se trata de uno interno que en vez de funcionar con engranes y resortes lo hace con células capaces de generar oscilaciones regulares y trasmisibles al organismo. Su función es ordenar funciones básicas y estimular sentimientos de actividad o cansancio, así como contribuir a que todo ser vivo norme sus actividades según horarios.

En los mamíferos, este reloj se ubica en la base del cerebro, en la región del hipotálamo, justo encima del cruce de los nervios ópticos, en un sitio llamado núcleo supraquiasmático, explica Raúl Aguilar, del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

"Desde ahí opera este mecanismo que permite a toda criatura distinguir entre el día y la noche sin remitirse a la luz o a otras características físicas, así como dormir en momentos particulares".

Estos fenómenos, añadió el académico, funcionan mediante los llamados "genes reloj", moléculas encargadas de sintetizar y regular el complejo ciclo sueño-vigilia. Aunque ese tic-tac interno no resulta indispensable para vivir, sí lo es para mantenernos contentos y sanos.

Hecho a la medida

El investigador del IFC asegura que cada persona tiene su propio reloj biológico. Por ejemplo, hay a quienes se les facilita despertar más temprano que a otros, a ellos les podríamos llamar alondras; sin embargo, también está la contraparte, los búhos, es decir, personas que se levantan tarde, pero que prolongan su vigilia hasta la madrugada.

"Todos conocemos a una individuos que, de mañana, simplemente no funcionan, pero que por la tarde están al tope de sus capacidades, mientras que otros experimentan lo contrario: comienzan sus actividades temprano y en la tarde quieren poner punto final a todo, y los responsables de esto son los genes reloj", dice Aguilar.

En tic-tac de cada quien también provoca reacciones distintas en los días posteriores al cambio de horario o de un viaje a lugares regidos por otros husos de tiempo.

"A mis hijos, de 12 y 13 años, les pasa lo mismo que a mí, no queremos levantarnos en la manaña y andamos somnolientos por la tarde. Conforme pasan los días nos vamos adaptando, pero al principio nos resulta complicado", cuenta Rivas.

En cambio, Carla comienza su día con energía y alegre. "Normalmente despierto antes de que suene la alarma, pero con este horario no alcanzo a recuperar del todo la conciencia y sólo escucho entre sueños el bip, bip, bip electrónico que me avisa que son las 4:20 de la madrugada y que debo salir de las sábanas".  

El cortisol

Uno de los procesos fundamentales que regulan el tic-tac interno es el acto de despertar, explica Aguilar. Gracias al reloj biológico, 30 minutos o una hora antes de que la persona entre en vigilia, se incrementa la presencia de cortisol, hormona esteroidea que incrementa los niveles de azúcar en la sangre.

Antes de salir del sueño, el organismo aumenta la síntesis de esta sustancia que trabaja en el tejido graso y los músculos, libera grasa y hace que el hígado comience a desdoblar el glucógeno, para que la glucosa, fuente de energía, se active.

Ajuste natural

Los relojes internos deben ajustarse a las modificaciones del ambiente, y eso es lo que pasa con el horario de verano. Por ello, es natural que los primeros días los sintamos como los más difíciles, porque si bien podemos obligarnos a despertar antes, no es tan sencillo forzarnos a dormir más temprano, por lo que además de los desajustes que provoca levantarse antes de que el cortisol entre en acción, también perdemos tiempo de sueño.

No obstante, el panorama cambia drásticamente al finalizar el horario de verano, porque es más fácil despertar e irse a dormir después, además de que al salir de la cama la hormona en cuestión ya hizo su trabajo.

En términos generales, el cambio de invierno a verano no afecta drásticamente al reloj biológico; "adaptarnos requiere apenas un par de días", dice Francisco Navarro, director del Hospital General de México de la Secretaría de Salud.

"El problema se da cuando viajamos y debemos enfrentar alteraciones de cinco a 10 horas. Se requiere un día de adaptación por cada 60 minutos de desfase, es decir, si volamos a Europa y la diferencia es de siete horas, la persona necesitará una semana para recuperar su ritmo interno, y de vuelta será lo mismo". 

No ajustarse rápido provoca jetlag, que se caracteriza por trastornos del sueño, vasoconstricción en la piel, sudoración, hipertensión, taquicardia y que funciones cerebrales como la toma de decisiones se vean mermadas.

"Ya no sé si requiero uno o dos días para adaptarme; cuando apenas me estoy acostumbrando a que el sol se meta más temprano, resulta que ya debo cambiar la hora que marca tanto mi reloj interno como el de pulso, y eso no se vale", concluye Marco.


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