miércoles, 21 de marzo de 2018

San Miguel de Leyendas

Por Eva Luz Villalón Turrubiates

En Octubre, en que esperamos la ancestral visita de nuestros muertos, resurgen las leyendas en el pueblo. El escritor y folclorista español José Calles Vales define la leyenda como una producción tradicional, con una base histórica, pero cuyo argumento es necesariamente maravilloso o ficticio y su vocación poética y emocional. El poeta José María Merino dice que las leyendas ofrecen una memoria soñada en la que se conservan sombras y signos sin los que la historia no se podría entender del todo.

San Miguel es un pueblo de leyendas. Sus casonas, muros, calles y callejones nos hablan de su pasado legendario. Y no hay mejor tiempo para recordar esas historias que los días de otoño con su aire frío, las ramas desnudas de los árboles, las hojas secas y las lunas de la cosecha.



Las festividades del Día de Muertos inician el 31 de octubre con el Día de los Abrojos, es decir, de los niños que morían en el seno materno y no alcanzaban a nacer. El 1 de noviembre se recuerda a los niños que habían muerto tras su nacimiento y el día 2 a los fieles difuntos, día en el que todos en San Miguel vestían de luto.
El cronista sanmiguelense Félix Luna nos cuenta que en el pueblo se encendían hogueras para que las ánimas reconocieran el lugar en el que se les espera y entraran a disfrutar de su ofrenda. Como veían cansadas del camino, se les ponían jarritos de agua. También se encendían velas, se quemaba copal, se colocaba pan, fruta y comida y, si se tenía la posibilidad, hasta “se echaban cohetes, para que el ánima supiera dónde bajarse”.



La costumbre de ir a los panteones es muy arraigada. El primer panteón estuvo en el atrio de la Parroquia, pero después se construyó el hospital de San Juan de Dios con su panteón a un lado, del que sobrevive un pequeño lote. La mayor parte de las tumbas quedaron en lo que ahora es el DIF. Muchos años después vendría el Panteón de Guadalupe.
Don Félix Luna también contaba de la tradición del alfeñique, costumbre española heredada de los árabes. Además, se acostumbraba hacer figuritas de difuntos con una masa de elotes tiernos endulzada con miel y decorada con semillas. Estas figuras fueron sustituidas por el pan de muertos.



Caminando por San Miguel uno no puede menos que preguntarse cuál será la historia detrás de los nombres de algunas de sus calles, por ejemplo, del Callejón de las Ánimas. Pero son esas leyendas de los barrios, calles y plazas las que le dan sabor y color al pueblo. Mientras se camina por las callejuelas decoradas con papel picado y percibe la fragancia de los cempasúchiles, se puede entender por qué los fantasmas no han ido del todo del lugar en donde pasaron su vida. Nuestros fantasmas son los recuerdos del pasado de nuestro pueblo y quizás es por eso que nosotros tampoco los dejamos ir.
Y nos seguimos fascinando con esas historias que nos cuentan que en algún lugar de Los Picachos hay una cueva encantada y que dentro se encuentra otro San Miguel suspendido en el tiempo. Los pobladores de la región cuentan que por las noches se escuchan sonidos de una celebración: música, cantos, tamborazos, chirimías, cohetes y gran algarabía. Pero cuando un curioso quiere unirse a esa Boda Encantada, la música se va moviendo de lugar y el curioso jamás la alcanza, por más que la siga. A veces terminan llegando a la Cueva Encantada y cuentan que algunos curiosos que se han aventurado a entrar siguiendo a la procesión jamás han salido.



No son pocos los vecinos de la Cañada de los Aguacates que atestiguan haber visto una procesión de ánimas que bajan desde el Valle del Maíz y se dirigen al templo de la Cruz del Chorro, uno de los más antiguos de la ciudad.
En el Charco del Ingenio tenemos la leyenda de un espíritu travieso que habita en las profundidades de su manantial y que aparece tomando la forma del animal que desee. Es el Chan, guardián de las aguas y hay que mantenerlo contento, de lo contrario puede hacernos travesuras o, en el peor de los casos, llevarnos a las profundidades del foso. La gente del cerro de las Tres Cruces cuenta que allá también hay un Chan en su manantial que pone un plato de fruta flotando en el agua para jalar a la gente.



Y de las profundidades del Charco nos llega una de las leyendas más famosas, registrada por el escritor Leobino Zavala en su libro “Tradiciones y Leyendas Sanmiguelenses” con el título de la Leyenda del Descabezado. Ahí, en verso, nos cuenta que, en la quietud de las noches de luna llena, cuando las campanas de la Parroquia dan las doce, al sonido de la última campanada se escuchan los cascos de un caballo contra el empedrado de las calles.
Es el alma de un jinete que sale desde el Charco del Ingenio, baja por la Presa del Obraje, toma la Calzada de la Presa, cruza el puente de Umarán, recorre la Plazuela del Fresno para tomar por el Callejón del Colegio, pasa por el templo de la Salud, el Oratorio, la Casa de Loreto y sigue por la calle Santa Ana (ahora Insurgentes) y se pierde a lo lejos por el rumbo del cementerio de San Juan de Dios.
Le llaman El Descabezado y cuentan que quien lo ve se queda ciego, por lo que hay que cerrar los ojos y taparse los oídos si se tiene la mala suerte de toparse con él. Cabalga en un corcel negro que saca chispas del empedrado a su galope.
Dicen que es el fantasma de un noble señor que trataba muy mal a los empleados que tenía en un obraje cercano al Charco y que un día fue encontrado muerto y decapitado. Desde entonces comenzó a aparecerse galopando por el pueblo quizás buscando su expiación.
¿Explicarlo? – Dijo Carlos Fuentes. – No, creerlo nada más. México no se explica; sólo se cree, con furia y con pasión.

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